Título: “Las hamburguesas y los 50 euros”
Autor: Francisco Morales Domínguez.
En esta vida hay dos clases de personas:
los que mandan y los que obedecen. Mi madre en casa era la que mandaba, aunque
a veces lo hacía mal, sin embargo, había que acatar lo que decía. Me ordenó
comprar unas hamburguesas para comer y me dio 50 euros.
—Quiero la vuelta —dijo ella.
—¿Puedo poner una bonoloto? —pregunté.
—Con tu dinero puedes hacer lo que quieras,
pero yo quiero la vuelta.
Tenía un par de euros, así que, sin más
dilación, como un niño bueno, me dirigí a hacer el mandado. Salí de casa en un
noviembre con un sol que rajaba las piedras, iba con el bañador y una camiseta.
El bañador era unos shorts. Pasé por la hamburguesería y le hice el pedido.
Para no esperar como un tontaina, fui a poner la bonoloto. Tenía una razón de
peso: había un suculento bote. Cuando me dirigí al estanco me eché la mano al
bolsillo y tenía los 50 euros. Puse la bonoloto con la gran esperanza de salir
de pobre. A medio camino entre la hamburguesería y el estanco, me vuelvo a
meter la mano en el bolsillo llevándome una gran sorpresa, ¿dónde están los 50
euros? Alarmado, vuelvo a meter la mano, pero solo tengo la bonoloto. ¡Dios
mío!, ¿y ahora? ¿Qué le digo a mi madre? Lo principal del momento era actuar
con inteligencia y no perder los nervios, así que volví sobre mis pasos. Veía a
la gente caminar, subía y bajaba. Sin embargo, no desistí de mi misión,
caminaba como un agente secreto en busca de una fortuna, de una señal que me
diera el destino. Miraba todos los rincones mientras subía la calle camino del estanco.
De pronto, vi un papel en el suelo color marrón. Estaba próximo a ir a la
carretera, así que corrí ilusionado, me agaché y me llevé la grata sorpresa que
eran los 50 euros. ¡Eureka! No me lo podía creer. Estaba salvado de la bronca
que me iba a echar mi madre. Era un día de suerte dentro de la mala suerte. De
esta guisa compré un rasca en un estanco, pero no saqué nada, solo los 10 euros
del rasca. Me quité de encima los 50 euros por si los perdía otra vez. Esta vez
a la vuelta de comprar la llevaba en la mano. Fui a la hamburguesería y más
aliviado pagué las hamburguesas, me dirigí a casa con el susto en el cuerpo.
Cuando llegué al hogar se lo conté nervioso a mi madre.
—Ay, mi niño, mandarte a ti a comprar es
una aventura. Ya podías rascar con tu madre el rasca.
Bueno, al fin y al cabo la mujer no se lo
tomó a mal. Me comí la hamburguesa y me supo el día como una anécdota de miles.
Quieras o no, podía haber sido peor. Sin embargo, supe pensar en frío y ser
inteligente. Respecto a la bonoloto, alguien se sacó el bote y, como siempre,
yo solo saqué las perras del bolsillo.
Fin.
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