Título:”El portero”.
Solía
jugar al fútbol, de portero, y cada vez mejor. Mi padre me aconsejó que entrenase con los mayores para
que diera el gran salto. Cuando fui al campo de césped de grandes dimensiones,
me encontré con mi vecino del cuarto, un chico mayor que yo. Estaba allí
arbitrando a sus amigos. Una pandilla me invitó a unirme a ellos porque no
tenía portero. Sus componentes empezaron a tirar dándole fuerte a la pelota. Me
veía apurado para parar los cañonazos. En un momento dado, decidieron
descansar. Al cabo de unos minutos, vino otro grupo de amigos que quiso
enfrentarse en un partidillo con el anterior. Estos chicos, como no me marcaban
un gol, empezaron a gastarme toda clase de bromas. Se acercaban a mí con comentarios
que no me gustaban nada. Eran personas desagradables. Me sentí indignado pero
no dejé mi puesto de guardameta. Al final ganamos el partido y la primero
pandilla se fue celebrando la victoria. La pandilla que había perdido vino
hacia mí enfadada. Estaba solo y me dio miedo. Empezaron a empujarme y a
chillarme enfurecidos. Los gritos se oyeron en el campo y los escuchó mi vecino
que acudió enseguida, acompañado de sus amigos, y los ahuyentó de allí con unos
gritos. Yo me quedé pensando todo lo que había pasado ese día y se lo conté a
mi padre. Luego le pregunté cuestiones que me intrigaban:
—¿Por
qué la primera pandilla me lanzaba balonazos?
—Los balonazos se
tiran para que no los pare el portero.
—¿Por qué la otra
pandilla me provocó en el partidillo?
—Se llama impotencia y
envidia, forma parte del juego sucio. Ellos vieron que con balonazos no ganaban
el partido y utilizaron el juego sucio. Y como no sabían perder, te gritaron.
El vecino intervino porque es árbitro de profesión y sabe muy bien que la
agresión no forma parte del juego.
—Ahora,
cada vez, entiendo mejor el fútbol, porque forma parte de la realidad.
Fin.
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