Durante el mes de Noviembre de 2007 me
di cuenta que mis días en casa de mis padres habían tocado a su fin. Tenía
veinticinco años y era recepcionista en un hotel de cuatro estrellas. Me
llamaba Ernesto Sarasola y no había terminado la carrera de Turismo. Mis padres
se negaron a avalarme en el alquiler del
piso sin razón alguna. Pienso que nunca han confiado en mí y eso se debe a
muchas razones y en especial que mi padre pensara que era un fracasado. Sin duda
no lo era, pero mi padre me había pedido metas muy altas para mí y no
comprendía que sólo eran delirios de grandeza. El quería que me hiciera
millonario y el pobre iluso no razonaba las cosas que quería para su hijo. Mis
padres tenían un pequeño negocio en un barrio obrero y ellos pensaban que era
el mejor negocio del mundo. Pretendían que yo trabajara en el negocio gratis,
ya que, según ellos, ya me daban de comer y cama gratis. Les dije que traer un
hijo al mundo no era una inversión ni un negocio, simplemente es un acto de
supervivencia de la raza humana y que tenían que pensar que yo había heredado
sus genes y no los de Albert Eintein ni los de Bill Gates. Otro de sus delirios
de grandeza fue la idea de que yo debía trabajar y estudiar, pues ellos
pensaban que la educación me la tenía que ganar y esa era otra de sus tretas
para que fuera a trabajar gratis a su tienda. Yo me negué y ellos en venganza
me dieron la espalda cuando les dije que iba a estudiar Turismo. Así empezó mi
peregrinación por las agencias temporales en busca de trabajo desde que terminé
el Bachillerato y la PAU.
Utilicé toda clase de contactos para conseguir un trabajo que
me permitiera estudiar. Los veranos me los pasaba estudiando y trabajando en la
construcción y cuando salía cansado de las mezclas del cemento y de cargar
bloques no me quedaba otro remedio que ponerme a estudiar las asignaturas que
me habían quedado para Septiembre. Me acostumbré al trabajo duro y al solajero
pero pronto me llegó la suerte de mi vida, el aeropuerto. Empecé allí como
agente de servicios auxiliares para una empresa de handling. Concretamente mi
trabajo consistía en la carga de equipajes en los aviones y en los patios de
entregas y facturación. Inicialmente me hicieron un contrato de diez horas y
precisamente eso era lo que iba buscando para poder estudiar y trabajar a la
vez. Con el tiempo aumenté las horas a
dieciséis e incluso podía trabajar los fines de semana que no tenía que
estudiar. La empresa tenía dos departamentos más en los que yo, como conocedor
del idioma de Shakespeare, podía trabajar, Operaciones y Pasajes. Había una
diferencia, para Operaciones te pedían el PCP, que significa permiso de
conducir en plataforma, mientras que en Pasajes no te lo pedían. Así que me
presenté al PCP, y como cada vez que te presentabas era gratis, no dudé en
pedir hora para el examen y como era habitual para mí ponerme a estudiar, me
puse manos a la obra. Lo saqué a la primera y después de hacer el curso propio
del departamento de Operaciones me pusieron a trabajar, pues ya tenía
experiencia en la plataforma. Mis problemas laborales y económicos se habían
solucionado y ahora se trataba de estudiar. Me costaba la asignatura de Derecho
y Economía pues requería mucho tiempo y memoria. Mis padres estaban que
trinaban debido a que no se esperaban que yo me buscase la vida y no hacían más
que echar pestes de que trabajase para una empresa temporal, y que no tenía
futuro, pues según ellos no iba a heredar el aeropuerto, mientras que su tienda
sí. Yo les dije lo que voy a heredar son deudas que no pienso pagar ni tengo
porqué. Seguí estudiando y llegué a defenderme en la lengua de Goethe. Hacía
mis pinitos con el francés y llegaba a comprender que para estudiar hace falta
tener un control mental y económico. Para ese control necesitas a tus padres
que te tienen que apoyar en todo momento. Cuando estaba en tercero de carrera y
tenía atragantada la asignatura de Derecho Administrativo de segundo, me
planteé poner mi curriculum durante la campaña de invierno en los hoteles, pues
en el aeropuerto sólo cotizaba por horas mientras que en los hoteles cotizaba
la jornada completa. La verdadera razón de mi acto fue que la convivencia con
mis padres era negativa y eso me afectaba en los estudios y lo que tenía claro
era que no pensaba estar estudiando toda la vida. No les iba a dar ese gustazo
y tampoco iba a perder el tiempo. Inesperadamente me llamó un hotel de cuatro
estrellas y como vieron en mi currículum que tenía experiencia en las maletas y
sabía idiomas, me ofrecieron el trabajo de botones. Me hicieron un contrato por
un año y no dudé en aceptarlo. El hotel se ubicaba en Santa Cruz de Tenerife y
pronto se me presentó la idea de independizarme, mientras, la carrera de
Turismo la podía ir sacando poco a poco. Empecé de botones en Octubre de 2007
en el hotel y así empezó mi búsqueda de una habitación aunque más me seducía la
idea de un apartamento para mí solo. Para ello me pedían un aval en las
agencias inmobiliarias y me di cuenta que no lo tenía, acudí a mis padres pero
éstos se negaron pues todavía estaban resentidos por no haber trabajado gratis
en su tienda y me recriminaban que estaba trabajando de botones. Mi suerte
cambió cuando hubo una vacante de recepcionista y me presenté. Sabían de mi
trato amable con los clientes y que el poco tiempo que había estado allí no les
había causado ningún problema. Ese día que renovaron mi contrato fue muy feliz,
pero tenía el problema del aval, así que acudí a mi amigo Felipe. Me dijo que
él aunque tuviera dinero no tenía la costumbre de avalar a nadie. Me dio sus
explicaciones y yo las entendí. Me sentía decepcionado pues de nada me servían
mis estudios ni mi carácter trabajador si no tenía un aval. Mi amigo Felipe se
iba de viaje a Barcelona y me pidió que cuidase de su perra. Me dejó preparada
la comida en una cesta grande y tan sólo tenía que abrir la casa, ponerle la
comida y el agua y darle una vueltita al animalito. El primer día que fui le
puse la comida pero no se la comió de inmediato, pero sí bebió agua. Llamé a mi
amigo a Barcelona pero me dijo que había un día en que la perra comía de noche.
Al día siguiente, terminado el trabajo fui a su casa después de coger el
tranvía y vi que la perra no se había comido la comida, le puse agua y llamé a
mi amigo. Me dijo que un día a la semana no comía y que esa era la razón, la perra
estaba contenta y le di una vueltita. Me quedé preocupado y mayores fueron mis
preocupaciones al día siguiente cuando mi padre se cabreó conmigo cuando compré
una zapatera y una mesilla de noche, pues la mía, que tenía sus años, ya era
hora de cambiarla, y a los zapatos también les hacía falta una zapatera. Me
sentí con valor y mandé a mi padre a la mierda, le dije que no le aguantaba más
y me fui. La perra tenía que comer y fui a ponerle la comida. Sin embargo me
llevé una sorpresa, me recibió muy contenta pero me enfadé con ella, no había
comido, apenas un fisquito de todo el bote que le había puesto. No encontraba
la razón por la que no comía. Volví a llamar a mi amigo y éste me dijo que no
lo entendía, alegó que la comida podría haberse estropeado por haber estado
varios días expuesta a la intemperie. Me dijo que la cambiase y le pusiera
nueva. Cosa que hice pero con el mismo resultado, así que volví a llamar a mi
amigo y éste me dijo que a la perra le gustaban las latas de carne mezclada con
pienso. No lo pensé dos veces y fui a la tienda de animales y compré varias
latas de carne. Abrí una y se la mezclé con el pienso, mi sorpresa fue que la
perra devoró la comida y eso me hizo feliz. Yo no sabía dónde dormir, así que
llamé a mi amigo Raúl que me había hablado de una habitación libre en su piso.
Tuve suerte porque la habitación todavía estaba libre. Ya tenía dónde dormir.
Pasé la noche en la habitación y al día siguiente me llevé mis cosas. Después
fui a darle de comer a la perra, a la cual ya le tenía cogido el truco, una
lata de carne mezclada con pienso. Al par de días mi amigo vino del viaje y me
llamó. Estuvimos hablando y comprendió que lo importante en la vida era la
amistad y yo se la había demostrado. El me dijo: pídeme lo que quieras y simplemente
le pedí el aval para alquilar mi piso. El no se negó y ahora veo que los días
en mi vida son más llevaderos hacia la felicidad.
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