Título: ”La tormenta”.
Había comenzado el verano 2012 y se
anunciaba ventisca en la zona de Adeje. Inesperadamente oí en la radio que se
había declarado un incendio. Mi novia vivía en esa zona y pedí permiso en el
trabajo para acudir allí y saber si todo estaba bien. Cuando llegué, la zona
estaba acordonada por la Guardia Civil, que había ordenado el desalojo. Me vi
obligado a obedecer y buscar a mi novia por otro lado. Volví a mi casa en Santa
Cruz, sonó el teléfono y era ella pidiendo auxilio. No tenía donde dormir y yo
le ofrecí mi casa. Ella pasó unos días allí. Me dijo que Santa Cruz había sido
muy estresante y no había nada como vivir en la naturaleza. Cuando pudo volver
a la suya, la encontró hecha añicos. El fuego la había calcinado y en ese
momento ella se me derrumbó. Le ofrecí vivir en mi piso de Santa Cruz que
estaba lejos de los montes, pero ella en cuanto pudo volvió a la naturaleza y
esta vez se instaló cerca de la playa. Ya no quería saber nada de los montes y
menos de la ciudad. Insistí para que
viviéramos en Santa Cruz pero ella me argumentaba que la ciudad era muy
estresante.
En
octubre de 2014, la relación estaba más consolidada y yo no conseguía que mi
novia viviera en Santa Cruz conmigo. Un buen día se anunció una tormenta y
pensé que a mí no me iba a ocurrir nada, teniendo la mala suerte de que el
vecino del ático había puesto recientemente un césped en su terraza taponando
los desagües. La mala suerte continuó porque el vecino del ático estaba de
viaje y el agua le entró a casa y se filtró por mi techo cayendo a mi casa la
cual parecía las Cataratas del Niágara. La moqueta se iba empapando, las
réplicas de Velázquez se habían convertido en varios Picassos, las puertas y
los muebles estaban todos hinchados por el agua. En ese momento mi novia me
llamó y le aconsejé que hasta que no pasara la tormenta no se moviera de su
casa ni cruzara la autopista. Me hacían falta manos para limpiar tanta agua que
caía del techo y aunque se me estaba abriendo la muñeca de tanto darle a la escoba.
La tormenta había explotado cayendo relámpagos y truenos. Por fin la tormenta
amainó y rápidamente llamé al seguro. Estos se pusieron en contacto con un
familiar del vecino del ático que cortó el pedazo de césped que taponaba el
desagüe. Él también había sufrido daños debido al agua. Prometió pagarme los
desperfectos porque el seguro le echó la culpa a él. Me había quedado sin casa
por unos días y mi novia me ofreció su vivienda hasta que me arreglaran mis
desperfectos del hogar. Al final no me sentí extraño en el sur. Al vivir en la
playa me pareció que estaba de vacaciones. Salía de trabajar, tenía la comida
hecha y luego me daba un baño en el mar. Me pareció que era una calidad de vida
extraordinaria. Ella se encargaba de todo y no me dejaba hacer nada. No sé por qué
lo hacía, si era porque quería que estuviera a su lado. Cuando estuvo listo el
piso no me quería marchar. Me sentía como un marajá y le propuse a mi novia
volverse a vivir a Santa Cruz, pero ella prefirió seguir viviendo en el Sur.
Accedí a su petición y alquilé el piso. Con el dinero compartimos los gastos de
su vivienda. Al final la tormenta significó mi paz.
Fin.
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