Título:
Casting
Autor:
Francisco Morales Domínguez
Roberto era un ejecutivo de
la industria audiovisual de cuarenta años, moreno y de piel blanca. Conocía el
oficio y se limitaba a cumplir las órdenes cuando era necesario. Sabía que esta
industria no funcionaba con lógica sino con golpes de suerte y después venía el
análisis que pudieras hacer; en ocasiones, incomprensible.
Ese día tenía una audición
con Elisa, una joven de cabellos oscuros y llena de vida, que deslumbraba con
sus ojos; en ellos ocultaba su nobleza femenina y una dulce mirada, prohibida
para los diabéticos.
«Su mirada transmite dulzura
y valor. Hay feeling con el
protagonista».
Sonó el teléfono y Roberto
lo cogió intrigado.
—¿Has elegido a la chica?
—Sí, hay una que es ideal.
—Pues olvídalo. Tengo un
compromiso. Necesitamos a un sponsor y su condición es que salga la chica que
ha elegido el sponsor.
—Entiendo, sé cómo es este
negocio.
—Gracias, Roberto.
Roberto volvió a mirar a
Elisa. Sus ojos desprendían magia, pero tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para
decirle con firmeza:
—Ha habido unos cambios; hay
otra candidata.
Elisa se entristeció, pero rápidamente se
recuperó de su angustia:
—Gracias, lo entiendo.
—Gracias a usted por ser
comprensiva —Roberto se despidió de ella.
Después del trabajo, Roberto había quedado con
su novia para ir a cenar. Miró en la cartera de color marrón y vio que le
quedaba poco efectivo. Decidió ir al cajero a retirar dinero. En este una mujer
yacía en el suelo. Era una señora mayor, de unos sesenta años, a decir por tu
tez avejentada. La tapaba una manta que la resguardaba del frío. La mujer
dormía y Roberto, al ver su candidez reflejada en su rostro perdió el miedo y
comenzó a realizar su operación de extracción de dinero.
En ese instante entró la joven Elisa y
atendió a la mujer. Le traía la cena en un taper.
Elisa la despertó de su dulce sueño mientras Roberto terminaba la operación en
el cajero.
—¡Hola! —saludó Roberto
—¡Hola! —saludó Elisa—. No se asuste por la señora Martín. Ella
está así por causas de la vida. También era cantante y profesora.
Elisa
la sentó y luego trató de darle algo de comer.
—Ella
perdió a su familia.
—¿Si en algo le puedo ayudar?
—No es necesario. Yo la ayudo siempre que
puedo.
Roberto al ver la calma que tenía Elisa en
darle la comida decidió sincerarse con la chica.
—Siento lo de hoy. Para mí eras la
candidata, pero recibí una llamada del jefe. Tenía un compromiso. Después de
irse usted hubo una llamada de un concurso nuevo de tipo reality show. No se si le interesaría ir al casting.
—Gracias. Me presentaré.
En ese instante entraron en el cajero dos
jóvenes con palos. Con las cabezas tapadas con pasamontañas: —¡Salgan de aquí, esta
escoria no merece vivir!
Elisa sacó toda su fuerza interior y, con
coraje, le quitó el pasamontañas a uno de los chicos: —Ahora la cámara te ha
visto, si le haces algo te caerá un paquete. Será mejor que te vayas.
El joven, en su frustración, golpeó al
cajero con el palo y a los cristales mientra Elisa protegía a la mujer.
—¡Largo
de aquí, psicópatas! —gritó Roberto.
El joven golpeó a Roberto con el palo y
Elisa soltó a la indigente, le propinó un puñetazo al joven, y le quitó el
palo. Luego amenazó a su compañero y estos
salieron corriendo.
Roberto
se quedó atónito ante el valor de Elisa. Sacó el dinero de su billetera y le dio
unos billetes a Elisa.
—No soy la Cruz Roja ni un
banco, pero cójalo.
—No puedo cogerlo.
—Insisto. Tómelo como
donativo para ayudar a esa mujer.
Elisa lo miró con ternura.
—Gracias.
En ese momento apareció la
policía, que había sido llamada por los vecinos, y comenzó a hacer toda clase
de preguntas a Elisa y Roberto.
Al día siguiente la noticia salió en los
periódicos y los jóvenes fueron detenidos en el transcurso de una semana. Elisa
fue llamada por un programa de televisión para contar explícitamente los
hechos. La presentadora reconoció el valor de Elisa y la elogió por su gesto
caritativo.
Elisa
se presentó al casting del reality show
y fue elegida sin mucha dificultad. El programa consistía en una convivencia en
las playas de República Dominicana durante tres meses. Después de pasar una
serie de pruebas, Elisa llegó a ser una de las finalistas.
Cuando llegó al plató principal del
programa, ella estaba algo nerviosa. La presentadora, Margarita, una mujer de
buen ver para sus cincuenta años y de carácter alegre, comenzó la entrevista:
—Dime,
Elisa, ¿qué opinas de las personas, en general, con las que has convivido en
Santo Domingo?
—Hay de todo y para todo en todas partes del
mundo. Pero las personas se diferencian entre las que te hacen tropezar, que
son las que hay que olvidar, y las que
te ayudan a levantarte, que son las que hay que recordar.
—¿Crees realmente que tu faceta de actriz te
ha servido para que la audiencia te votara?
—Margarita, siento decírtelo, pero la
televisión no tiene sentido si no hay audiencia, seas actriz o lo que seas.
—Muy
bien, ahora que has sido finalista, ¿qué piensas hacer con el dinero del premio?
—Vivir, el destino y mi futuro están
dibujados por el tamaño de mis sueños.
—Maravilloso, esperemos que tengas una vida de
campeonato.
Elisa alquiló un piso junto
con la señora Martín, que tenía mejor aspecto y estaba bien vestida. El
comercial estaba intrigado porque le sonaba la cara de Elisa.
—Perdone que sea entrometido, pero es usted
la finalista del programa en Santo Domingo.
—Sí.
—Le podría hacer una oferta si alquila el
piso por más de un año.
—No es mala idea. ¿Le molestaría a los
vecinos que cante?
—Mientras no sea a alta horas.
—De eso me encargaré yo —dijo la señora Martín.
Semanas después Elisa había ido un casting; estaba delante de un director
de pelo castaño. Tenía cincuenta años y se llamaba Alfredo, miraba sus fotos
dubitativo.
—Sabes, yo soy de la vieja escuela. Sé que
has ganado ese concurso, pero yo creo que no hay zapping entre usted y el protagonista.
—Será feeling.
—Eso quería decir.
Sonó
el teléfono, al otro lado estaba Roberto, que era el jefe.
—En nuestro trabajo no tendría sentido sin
la audiencia, esa chica fue finalista del concurso, es conocida y su fama nos
interesa.
—Pero señor, ¿pero qué tiene que ver con nosotros?
Esto es un musical. Somos el séptimo arte.
Elisa miró extrañada cómo el director
escuchaba el teléfono.
—¿Pasó las pruebas de canto?
—Sí, es toda una cantante de primera, pero entre
ellos no le veo el feeling.
—Feeling
no sé, pero zapping nos lo van a hacer
a nosotros. ¿Ves el retrato de tu
familia que hay en tu mesa?
—Sí.
—Yo tengo otro en mi mesa y los dos comen de
la audiencia. Ella la tiene, la necesitamos.
El director colgó el
teléfono más calmado. Se serenó.
—Como te decía, soy de la vieja
escuela, pero creo que eres lo que buscamos. Será que estoy perdiendo el
olfato.
Elisa sonrió.
—¿Quién
le enseñó a cantar y actuar? Pasó la prueba con mucha naturalidad como si fuera
una gran profesional.
—Es un secreto. ¿Cuándo
empezamos? —preguntó Elisa.
Alfredo vio a la muchacha muy alegre y sonriente como
una colegial.
—Espere,
para redactar el contrato —dijo el director.
FIN