El hijo de la Tortuga Emperador, que
era muy simpático y cariñoso, heredaría el reino de las tortugas. Un buen día
cayó enfermo y el médico de palacio no sabía qué le ocurría; desconocía la
enfermedad que padecía. Cada día que pasaba se ponía más débil. La Tortuga
Emperador hizo un llamamiento a todos los médicos del reino. En palacio se
congregaron muchos que decían ser médicos pero solo la tortuga bastarda reunía
los requisitos de serlo. La Tortuga Bastarda prometió la salvación a cambio de
mucho dinero, decía tener un brebaje que lo salvaría. La Tortuga Bastarda pidió
una carreta llena de lingotes de oro. A la Tortuga Emperador le extrañó que un
médico pidiera tanto dinero por salvar una vida, así que hizo tomarle a la
Tortuga Bastarda el brebaje que había preparado. La Tortuga Bastarda puso
reparos en tomar el brebaje y se negó a tomarlo. Entonces el emperador la mandó
a prisión donde estaría rodeada de barrotes.
Un buen día vino a palacio la Tortuga Boba
con un remedio para la enfermedad.
—¿Qué pides tú, Tortuga Boba?
—Un
trabajo.
—Está bien, Tortuga Boba, si curas a mi hijo
serás ayudante del médico de palacio.
—Te tendrás que tomar tu propia medicina
—Lo
haré. Ahora mismo prepararé mi pócima y le haré el tratamiento al paciente.
Se tomó su medicina y no le pasó nada, luego
se la dieron al hijo enfermo. Al cabo de unos días la salud del hijo de la
Tortuga Emperador mejoró y pasadas unas semanas este se curó del todo. El
emperador lo contrató y le dijo que no tenía nada de boba si había conseguido
el trabajo.
Fin.